Bruselas y Flandes para tragaldabas (I)

Hay que ver lo que dan de sí cinco días en Bélgica, tanto a nivel gastronómico como turístico y "cervezómico".

Cara de perrito de las praderas alerta ante el panorama que se le presentaba en los siguientes cuatro días

Y es que en un país del tamaño de Galicia existen dos corrientes culturales, valones y flamencos, con muchas cosas que les separan, pero un amor enorme por su cultura en los aspectos cultural y arquitectónico. Saben que en muchas ciudades, como ocurre en Brujas, el principal motor económico es el turismo, por lo que miman mucho a sus visitantes. En Bruselas es más fácil encontrarse "trampas para turistas" de las que dejan mal sabor de boca, sin embargo en Brujas no les interesa tener malas opiniones o clientes descontentos, y eso influye mucho en su implicación tanto en el cuidado edificios y ambientes históricos (no verás cableado eléctrico en el centro de la ciudad) como en restauración.

Ahí les tienes, unos hablando en francés, otros hablando en flamenco, y en medio está Bruselas con el francés, el flamenco y el alemán como lenguas oficiales. Menos mal que el inglés saca de apuros a cualquiera, porque vaya pisto!

Sí, vale, muy bien ¿pero aquí qué se come?



Ten en cuenta que hablamos de un país con nosecuantísimos días de lluvia al año (igualito que Galicia, a vueltas con las comparaciones), y que su posición en Europa da pistas de que cuando hace frío, lo hace pero bien, así que es de esperar que los guisotes sean parte de su acerbo gastronómico. Muy influida por la cocina francesa, se dice que la cocina belga es más propia de gourmands que de gourmets, es decir, de amantes del buen comer.

Talmente, hasta la pepitilla

Uno de los más conocidos es la Carbonade Flamande, Stoofvlees o carbonada flamenca, un estofado de ternera llamado así porque en sus principios se hacía sobre carbones. Consiste en un guiso lento con cerveza y cebolla caramelizada que da como resultado una salsa oscura y espesa, digna de mojar pan o las famosas frites (patatas fritas de las que están muy orgullosos), aunque también irá muy bien con puré de patatas.



Como buen país cervecero, el zumo de cebada está presente en muchos platos típicos, siendo especialmente evidente en el conejo a la Kriek (Lapin a la Kriek, Konijn met Kriek), la famosa cerveza de cerezas. Este estofado, también muy contundente, es una preparación ideal para las carnes de caza, ya sabes que los frutos rojos realzan el sabor de las carnes duras y magras que vienen del monte.



Ambos platos salieron de la cocina de Les Brassins, un pequeño restaurante atendido por unas chicas simpatiquísimas al ritmo de jazz, en un ambiente muy vintage y acogedor. Una recomendación del Sr. Cecilia (como restaurante favorito de Cris) que no cayó en saco roto. Conviene que reserves porque se llena incluso entre semana, aunque el servicio es muy rápido y el horario de la cocina no es tan estricto como en otros lugares. Como único inconveniente, hay que pagar en efectivo.



En este punto conviene mencionar que aunque la comida no es especialmente cara, es recomendable dedicar unos minutos a la elección del sitio. En la plaza del mercado hay infinidad de trampas para turistas donde, a pesar de parecer más baratos que restaurantes como este, ni lo son ni por ello estarás satisfecho. La media en este viaje ha sido de unos 40 euros con su buena cerveza y un plato principal para cada uno, postre a compartir (no por puñocerradismo, sino por imposibilidad de comer más). Sinceramente, prefiero que me sirvan un buen guisote con todo incluido a que me cobren un cucurucho de patatas fritas a 3 euros.

Claro, que si te parece una pasada ir a este nivel durante todo el viaje, hay infinidad de sandwicherías donde podrás tomar sopas y ensaladas que hacen ellos mismos en el día; especialmente en Bruselas. Y es que no sé si tendrán implantada la cultura del táper como aquí, pero está claro que por pocos euros puedes hacer una comida en el descanso a la salida de la oficina, todo con buenísima pinta y sin ser especialmente caro.

Otro de los estofados típicos es el waterzooi van kip o waterzooi de pollo, con su variante de pescado (van vis). Ambos son guisos caldosos con una base de verduras, generalmente zanahoria, puerro, apio y patata, aderezados con nata. Este plato flamenco se empezó a hacer para aprovechar los restos de pescado de río que los ciudadanos más humildes podían comer, ya que las sabrosas piezas del mar eran destinadas a gente más pudiente. Cuando se prohibió la pesca en los ríos, la versión con pollo fue una buena alternativa de este guiso.


Aunque me gusta mucho el sabor del apio, para mi gusto me pareció excesivo en el sitio donde lo probé. No sé si la receta original lleva tanto, la verdad, pero llegó a ser demasiado para mí.

Ahora, que si quieres comer como todo un señor flamenco, te recomiendo que pruebes el codillo de cerdo (jamboneau, hammetje) con salsa de mostaza. Este debe de ser uno de esos platos de influencia alemana que han sabido adaptar a su gusto (y al turismo), acompañándolo de las siempre presentes patatas fritas.



Este menú fue el que nos sirvió de comida en Gante, en el restaurante Borluut, en pleno meollo histórico de la ciudad.

Aparentemente una trampa para turistas en mitad de la plaza, resultó ser un sitio muy agradable donde nos pusimos hasta la pepitilla entre entrantes (sopa de tomate y ensalada con tostadas y paté), platos principales y café (té en nuestro caso).

Pero no todo va a ser carnaza... aunque tampoco puedo prometerte que sea un plato ligero: ahí tienes a las endivias gratinadas (chicons au gratin, witloof in de oven) como otro de los platos típicos que probamos. Se sirven rellenas de jamón cocido y queso, gratinadas con nata o bechamel.



Esta vez el sitio elegido vino por recomendación del Sr. Cecilia, en pleno barrio de anticuarios: La Brocante. Es un buen sitio para tomarte una cerveza después de ver el mercado de objetos antiguos viejos (el sueño húmedo de todo Diógenes, conocido como el mercado de las pulgas) y ya, si te entra el hambre, comer mientras uno de los camareros se echa un ajedrez con un viejecito muy avispado. También suele haber un grupo de música amenizando la velada, aunque no tuvimos la suerte de escucharlos. 



Por cierto, que la carbonada aquí tampoco estaba nada mal... lo único que las patatas iban sazonadas con demasiada nuez moscada para mi gusto.


¿Y no comiste mejillones?

Pues no, la verdad. Y no sería por la variedad de ofertas: cubos desde 15 euros hasta mejillones a volonté en un rinconcito del casco histórico de Bruselas, no recuerdo por cuánto. Pero es que no me salía, no dudo de su forma de prepararlos ni de su frescura (bueno, de eso sí), pero España me tiene mal acostumbrada en lo que respecta a marisco, y me daba la sensación de que no iba a salir ganando.
En cualquier caso, en el museo del cómic cayeron en mis manos unos libros de recetas (en perfecto francés, claro) de Astérix, muy al estilo de los cómics. Contienen viñetas, ilustraciones y una manera muy friki original de clasificar las recetas. En el recopilatorio belga viene la receta de los mejillones, que procuraré probar.

Si eres fan de este personaje y además cocinillas, te los recomiendo totalmente; y es de agradecer que el recopilatorio de Hispania no incluya la paella o cosas typical, la verdad que se lo han currado.
Contiene recetas de los principales acompañamientos del glugluglú de Acción de Gracias y pastas para acompañar el agua hervida

Sí que probé otros platos que, sin ser típicos, merecen aparecer en esta entrada así como los restaurantes donde los tomé.

En Brujas el guía nos recomendó el Cambrinus, una cervecería muy mona lo suficientemente alejada de la plaza principal de Brujas para que no fuera insultantemente cara. El servicio es bastante rápido, pese a que nos tocó un muchacho que estaba a por uvas, y la comida es excelente, con platos a base de cerveza.

La pechuga de pollo con cebollitas, champiñones y bacon, regada con una "Flemish Old Brown" resultó muy sabrosa, si bien le sobraban cinco minutos de cocción. Con todo, un acierto.



Aún así, creo que en esa comida acerté yo con un estofado de salmón, lenguado y gambas grises, unos camarones muy típicos de allí, con un punto de hinojo fresco que le iba genial. La cerveza que redondeaba la salsa, un pelín picantona y deliciosa, era la local "Brugse Zot", de la que hablaré en otra entrada dedicada a las cervezas. Acompañaban al guiso dos rebanadas de pan con ajo gratinadas y una salsa holandesa picante, una auténtica pasada.



Ajá, muy bien. Pero yo quiero chocolate y gofres

Pues deberías saber que no sólo de chocolate y gofres vive el goloso turista. Sin llegar a los niveles de snobismo del que presumen las confiterías francesas, los belgas saben montárselo realmente bien.

Tienen también sus macarons, aunque no sean originales de Bélgica; y las narices de Gante o cuberdons, unos caramelos de goma líquidos en su interior y aromatizados con frambuesa. Son muy exclusivos ya que con el tiempo se ponen duros, por eso es complicado verlos fuera de Bélgica.


El mejor sitio para comprarlos es en la Groentenmarkt de Gante, en unos carritos donde no salen nada mal de precio.

Realmente son unos apasionados de la confitería.












Sin lugar a dudas, me llamó muchísimo la atención el gusto que tienen por el merengue, el cuidado con el que lo modelan y las piezas que pueden hacer; parecen sacadas de una mezcla de Charlie y la Fábrica de Chocolate y la comida imaginaria de Hook.


... y al final no me compré el merengazo

Por supuesto, no debe faltar la visita a Maison Dandoy para ver las maravillas que hacen con Speculoos, las famosas galletas especiadas. Ya si quieres comprar dependerá de lo que tu bolsillo pueda permitirse, porque la verdad que son un poco caras, pero estos salones de té son un atractivo más en los paseos por Bruselas. Si esta ciudad huele a mantequilla, azúcar y especias es fundamentalmente por las galletas Speculoos, además de por los gofres.








Estas galletas son típicas de Navidad, pero han pasado a ser un emblema de los Países Bajos y se comercializan en cualquier época del año en diferentes formas, siendo la más típica la que representa a San Nicolás. Los moldes, de madera, necesitan de una masa mantecosa y densa, rica en canela y la mezcla de cuatro especias (cardamomo, jengibre, clavo y nuez moscada a partes iguales) para obtener unas galletas muy crujientes. Una auténtica bomba calórica, eso sí, que ha inspirado muchísimas recetas, como el tiramisú de Speculoos que tomamos de postre en Les Brassins.





No te será difícil encontrar otros lugares donde comprar estas galletas o derivados de las mismas sin dejarte un pastizal.

Y puestos a cocinar postres con productos locales, ¿por qué no usar la cerveza? En Cambrinus nos sorprendió una crème brulée aromatizada con la cerveza Ename, sin duda otra manera más de disfrutar de su cerveza.


Otro de los dulces de precio y calidad más variables que puedes encontrar es, por supuesto, el chocolate. Bélgica presume de ser la capital mundial del chocolate, y no es en vano: grandes marcas como Godiva, Neuhaus y Leónidas compiten con pequeños artesanos como Dumon en Brujas, sencillos y asequibles sin que por ello disminuya la calidad del producto; o con verdaderos innovadores del gremio con pralinés de wasabi, aceitunas negras o un chocolate para esnifar en Chocolate Line, creado para una fiesta de cumpleaños de los Rolling Stones (¿a que no te extraña?)  por Dominique Persoone, el maestro al obrador.








Desconfía del kilo de pralinés por 12 euros, en este caso la calidad se paga. Hay mucha diferencia de precios, por ejemplo de Dumon a Chocolate Line la caja de 250g costaba el doble en la segunda tienda, pero estamos hablando de chocolate de diseño frente a un obrador clásico, por eso te recomiendo que pagues lo que estés dispuesto a pagar.
La casita de chocolate

En Gante, hay una pequeña chocolatería (De Graslei) que también es muy asequible. Menuda conversación tuvimos con el chocolate para diabéticos y la stevia, le da un sabor muy artificial según su chocolatier; me gustó saber que no soy la única a la que el chocolate muy edulcorado le parece de nenazas.



Y si no hablo de los gofres o waffles, pues no estaría hablando de la repostería de Bélgica como se merece.
Este es otro de los dulces que más se ha pervertido junto con el chocolate, vas a encontrarlos con infinidad de precios y acompañamientos, y por supuesto, calidades.
Malos, malos... pues a ver, tampoco te vas a encontrar gofres incomestibles, pero se nota mucho la diferencia entre uno bueno y uno que no lo es, o también puede suceder que un buen gofre no sea tanto por el chocolate con el que se acompaña.
Particularmente me gustan más los gofres de Lieja que los gofres de Bruselas, la masa es más densa y los cristalitos de azúcar son una verdadera delicia. Todos los tomamos con chocolate caliente; para hacer un estudio científico hay que estudiar una muestra representativa y tener elementos de comparación, jejeje.

El primero de los tres que nos tomamos (casi siempre a compartir, por aquello de la curiosidad científica) fue de The Waffle Factory, una franquicia al final de la calle del Manneken Pis. Allí estaban buenos, aunque si el chocolate no hubiera sido tan espectacular habría visto que no eran para tanto. Muy bien equilibrado el concepto gofre-acompañamiento.


Desayunamos un gofre en una trampa para turistas del Groentenmarkt de Bruselas que no merece mencionarlo más que para que no vayas, llamado la Gaufre de Bruxelles. No merecía la pena ni el chocolate ni el gofre, y para colmo me pedí un chocolate caliente de bebida... a la legua se notaba que estaba reconstituido con agua, que era de polvos :S
El mejor gofre que probamos fue en Gante, en un local llamado 3,14 en la plaza del mercado. Aparte de servir al exterior, tienen un salón de té que no incrementa el precio de sus productos por el hecho de tomarlos allí, cosa que en anterior establecimiento ocurría.
Nos lo sirvieron recién hecho, otro aliciente, pues en  muchos sitios tienen una tanda de gofres ya cocidos que te recalientan en la plancha. El chocolate fue su punto débil, pues era chocolate con leche. No es que fuera malo, estaba muy bien, pero desmerecía el conjunto.
Lo del bizcochito tiene su explicación: con el té o café te suelen poner un trozo de bizcocho, una galleta o una chocolatina
Como extra, tienen una carta de tés y cafés sencilla, pero resultona: a pesar de que el té costase casi los 3 euros, las teteras individuales de hierro colado permitían una segunda taza.


¡¡Y esto es todo lo que nos hemos comido!!
La próxima entrada irá dedicada a la cerveza :D

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